sábado, 6 de marzo de 2010

Una educación




Una educación, de Lone Scherfig 





Como estamos en pleno fin de semana de los Óscar, lo primero es señalar que Una educación parte con tres nominaciones: mejor película, mejor guión adaptado y mejor actriz para Carey Mulligan. Son tres buenas razones para verla si usted es de los que les gusta estar al día y hacer quinielas.

Hay más razones: los actores, la ambientación detallada pero sin estridencias, la exquisita fotografía, la sutileza que en todo momento mantiene el guión, la acertadísima ubicación social y temporal del conflicto y, sobre todo, la neutralidad con que se nos presenta. Al decir neutralidad, me refiero a que Scherfig evita con todo cuidado que el espectador se convierta en cómplice de alguno de los personajes. Los hechos y las actitudes pasan ante nuestros ojos sin que nadie nos oriente sobre lo que debemos opinar.

Me ha gustado especialmente la manera tan real con que se muestra el dilema de una muchacha en la Inglaterra de los sesenta, atrapada entre el rol femenino tradicional y la emancipación que comienza, entre la frivolidad deslumbrante del presente y un futuro laborioso e incierto.

He leído a varios críticos quejarse de que Una educación está cargada de moralina. A mí no me lo ha parecido, pero tampoco creo que se lleve el Óscar. La obsesión por la objetividad le quita a la película la convicción y la fuerza necesarias para redondear el resultado y uno se queda con la sensación de que falta algo importante.

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