domingo, 24 de enero de 2010

La cinta blanca






La cinta blanca, de Michael Haneke





Me he propuesto no desvelar en este comentario detalles del agumento de La cinta blanca, no porque se trate de una de esas tramas que pierden interés cuando se conoce el final, sino porque considero esencial la manera pausada pero implacable con que Michael Haneke nos va introduciendo en el fondo del asunto, hasta el punto de que cuestiones tales como el quién, el cuándo y el cómo se convierten en mera anécdota.

Haneke nos sitúa en un pueblo de Alemania, justo antes de que estalle la Primera Guerra Mundial, con objeto de analizar la sociedad en la que crecen esos niños que serán adultos cuando triunfe Hitler, es decir, los futuros nazis.

La atmósfera de puritanismo opresivo propia de las comunidades protestantes más estrictas se percibe desde las primeras escenas. El gran acierto, en mi opinión, es que no se nos muestra la violencia en sí. De hecho, los actos violentos ocurren siempre fuera de escena. Lo que vemos es el antes y el después, las causas y las consecuencias, los componentes básicos: crueldad, ausencia de compasión, desprecio del otro, opresión... Y, sobre todo, vemos la forma en que se transmiten de una generación a otra.

En el pueblo, sólo los niños muy pequeños dan muestras de ternura, sólo ellos esperan recibir afecto y protección. Los adolescentes han aprendido ya las reglas del abuso: lo sufren del fuerte y lo ejercen sobre el débil. Así funciona y así actuarán el resto de sus vidas.

Les recomendaría vivamente La cinta blanca, pero no hace falta. Ahí están la Palma de Oro de Cannes o el Globo de Oro a la mejor película de habla no inglesa , entre otros galardones que pesan bastante más que mi modesta recomendación. Si es usted aficionado al buen cine o le interesan los aspectos oscuros de la naturaleza humana, no se la pierda.

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