sábado, 20 de junio de 2009

Tres monos


Tres monos, de Nuri Bilge Ceylan



¿Quién no ha visto alguna vez, en casas, negocios o incluso coches, esas figuritas de tres monos que se cubren con las manos, uno los ojos, otro los oídos y otro la boca? Muchas llevan una placa que describe su significado: “Ni ver, ni oír, ni hablar”. Son los tres monos sabios o místicos, que proceden de antiguas leyendas chinas y llegaron a Occidente a través de Japón.

Los protagonistas de Tres monos hacen como si no viesen ni oyesen y jamás hablan de lo que sucede. De eso trata la película, de incomunicación, de una familia de tres miembros que conviven sin dirigirse la palabra, que se quieren con un amor desnaturalizado por la falta de confianza. Cuando la culpa aparece, no hay cauces para expiarla o compartirla. Unos sufren castigo por los pecados de otros. Cada vez que alguno intenta ayudar, lo único que consigue es complicar más el drama.


Tres monos es una estupenda película turca, magníficamente interpretada por Yavuz Bingöl, Hatice Aslan y, sobre todo, el joven Ahmet Rifat Sungar, cuyas miradas sostenidas y profundas dicen muchísimo más que los gestos y los diálogos. Obtuvo el premio a la mejor dirección en Cannes, a mi juicio muy merecidamente, sobre todo por dos razones. La primera es la fuerza de la narración, que no reside en los diálogos ni en los sucesos, sino precisamente en las miradas y en los silencios. La banda sonora es el viento, la lluvia y la tormenta. La única música que se oye es la canción del teléfono móvil de Hatice Aslan, que cada vez que suena crea tensión o anuncia problemas. La atmósfera es opresiva, sofocante, angustiosa.

La segunda razón es puramente estética: la exquisita fotografía y la sucesión de hermosísimos planos producen un verdadero placer visual. Desde la carretera nocturna con que comienza la película hasta la tormenta final, cada fotograma es un cuadro, dan ganas de parar la imagen y quedarse contemplándolo.

Y de ahí viene para mí el gran defecto de Tres monos. Da la sensación de que al director le ha pasado lo mismo que al espectador, de que no ha podido evitar recrearse en la belleza de las imágenes y sostiene las escenas unos segundos más de lo necesario. Resultado: la película es lenta. No lenta comparada con el cine norteamericano, eso es de esperar; lenta de verdad, hasta el punto de hacerse pesada en algunos momentos.

Aun así, la recomiendo. Ahora que los calores invitan al sosiego, tómenselo con calma y disfrútenla. Merece la pena.

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